jueves

LIMONES EN ALMIBAR (2014)


1.
digamos que me hago adicta a ciertas aves
que la carroña aminora mis quebrantos
que toda labranza culmina
en relamer un halcón
un buitre
un gavilán
rapaces nocturnas
menos carnosas y desahuciadas
también consuelan de presagios
el pájaro ha de resucitarse con sal marina
luego amparado por sana lumbre
entiéndase hervido
en pepitoria
hecho picadillo
provincial salpicón
importa el arrasamiento
el crudo pico que desdice la indulgencia


2.
ambiciono un brebaje definitivo
elixir de soledumbres
que acople iguales medidas de brandy y alcanfor
vodka y azul de metileno
que muestre prodigios
como ciertos verdosos vinos
licores macerados en ataúdes pobres
nada imperioso ni zumbador
categórico o antediluviano
algo como un trago hirviente
que lave tanta defraudada vigilia


3.
el hambre está donde la olvidamos
medida en falsas longitudes
en la luz diferente de las arcillas
quieta no aquieta
abreva en caldos de lagarto
su calumnia
su deshielo
salmodian con ahumadas virtudes


6.
la familia ha sido convocada
en torno a un estofado de codornices
cubrimos las descabezadas avecillas
con caramelo y laurel
discutimos sobre manglares
de pronto
guiada por la ventisca
una serpiente emerge del lavaplatos
la tomamos por la cabeza
mi hermano le da un hachazo
cocinamos filetes
en el azúcar quemante
volvemos a la mesa
hablamos de parientes alados y enfermos


51.
quien come ojos
termina entrando a ciegas
son digeribles
ojos de vaca
buey
pescado
rana
erizo
calamar
humanas pupilas han de ser agrias
han visto demasiado

lunes

LAS HORAS CLARIAS (2013)


1
Desde mediados de verano hasta bien entrado el otoño, hayedos y robledales se abarrotan de oronjas verdes. Desorientados buscadores de setas suelen confundirlas con especies comestibles.
De sugerente apelativo científico, Amanita phalloides, su sombrero, globoso, está envuelto por un velo blanquecino que trasluce una coloración a veces amarilla verdusca. La superficie es sedosa en sequía y un poco viscosa tras la lluvia. El pie, esbelto, cilíndrico, firme, casi liso. Su carne, de un débil olor, en ejemplares vetustos se torna desagradable.
Quienes han sobrevivido a la ancestral prohibición de paladea esta especie dicen que su sabor es dulce, que deja en la punta de la lengua un manto, como la crema chantillí o el algodón de azúcar.
Bastan cincuenta gramos de una oronja verde para devastar a un adulto.
Horas después de su ingestión acaece el suplicio. Aparecen náuseas, vómito, dolores abdominales, deshidratación, insuficiencia renal y una violenta diarrea. Luego se producirán hemorragias y una severa hepatitis.
Con la rauda intoxicación sobrevendrá la marejada de la muerte y el arrepentimiento, ya inútil, de haber convocado la belleza.

8
Enero de 1969.
El invierno se concreta en una llovizna persistente.
La espera, como el nacimiento o la sierpe, ha socavado todos los himnos.
Madame Savoye no tiene ya presentimientos. Sus roturas caen a tierra sin que se deshagan o sean absorbidas.
Nada la desconcierta, criatura condensada, de palabras cumplidas.

10
Quiso una casa para no extraviarse. Para dejar ventanales abiertos y que entrase la roja noche de agosto, el vocerío llorado de ciertas familias, algún pájaro, el vaho del Sena.
Deseó una villa de verano como una fe. Y así le fue concedida.
El marido accedió a regañadientes. No se discutió el lugar. Buscarían un terreno, un arquitecto.
Madame Savoye lo vislumbraba todo. Sabía cuántas serían las puertas y los pasillos. Estaba claro que la cocina miraría hacia el jardín, que habría una terraza, un baño enorme, un vestíbulo para recibir a los huéspedes.
También reconocía cuán lejos debía estar esa casa para que la salvase del desierto.

19
La casa ha comenzado a padecer. Aun sin columnas ni desagues. Posee la ignorancia de los muros nunca culminados, la soledad de los pasadizos obstruidos.
Madame Savoye debe dar comienzo a la despedida. La agobia una inadvertida ofensa.
Prefiere evocar lo ilimitado, desoírse.
Es la protohistoria de una desesperación.

30
El arribo a la villa.
Sensación de audacia, plenitud, sueño cumplido. Agradecimiento.También duelo.
La creatura tiene vaho propio. No harán falta adjetivos que se sobrepongan al polvo.
Las horas buscarán otras estaciones.
El olor a nuevo diluye.
Todo se ha hecho leve, prescindible.
Madame Savoye está, pese a la vista cancelada por la repentina lluvia, feliz.

40
En junio y octubre la tierra no alcanza a beberse el néctar despiadado del cielo.
No se almuerza en el jardín, no hay paseos.
La intemperie no es resquicio.

Notas críticas y premios al libro Las horas claras AQUI

domingo

NOSOTROS LOS SALVADOS (2013)


Sobrevivientes de la Shoá 
junto a Jacqueline Goldberg
POESIA DOCUMENTAL


Es la escritura del desastre…
Claude Lanzann en Shoa 


Ania Fuchs de Horszowski

En la espera, a mi lado, en el piso,
había un bebé,
un bebé envuelto en sábanas.

No lloraba.
Vivía pero no lloraba.

Me mandaron a recogerlo,
se sabía que iba a morir.

Las madres jóvenes dejaban a los bebés
pensando que quizás otros los recogerían.
O pensando salvar su vida.
¿Pensaban?

Tuve a ese bebé en mis brazos
por algunos minutos, no muchos.
No lloraba, no vi su rostro.
O quizá lo vi, no recuerdo.

Luego llegó un Gestapo,
dijo que devolviera el bebé al piso.
No sé cómo pude.


Abraham  Spiegel

En aquellas caminatas entre campo y campo,
al que no podía andar lo mataban.

Mi amigo cayó.
Yo lo cargaba.
Lo cargaba y caminaba.
Caminaba mientras lo cargaba.
Se caía y lo levantaba.

Sabía que no debía abandonarlo.

Pero ni él ni yo pudimos más.

Se cayó,
no lo cargué,
no caminamos.
No pude más.

Seguro lo mataron.


Trudy Mangel de Spira

Tenía los dedos del pie congelados.
Para evitar más infección
—o para torturarme—
me los cortaron sin anestesia.
Grité.
Me taparon la boca para que no gritara más.

La herida pasó mucho tiempo abierta.

El dolor constante
se ha convertido en parte de mi vida. 
Hay noches en las que la sábana
me pesa sobre los muñones.

El dolor es tan parte de mí,
que no imagino cómo puede alguien
andar por el mundo sin dolor.


Leer todo el libro gratuitamente en diversos formatos en: https://www.smashwords.com/books/view/308471

martes

POSTALES NEGRAS (2011)



En mitad de la vida sucede que llega la muerte
a tomarle medidas a la persona. Esta visita
se olvida y la vida continúa. Pero el traje
se va cosiendo en el silencio

Tomas Traströmer



El agua, su antelación

Después de las postales nada habrá.
Si acaso la huella de una desaparición.
Oleaje acorralado.

Quiero hablar del agua.
Su antelación.

Se trata aquí de agua entrampada.
Ajena a los océanos, los estuarios, los canales bifurcados.
Agua que no susurra, púrpura.

Agua represada en la maraña de unas postales.

Agua que no mana, no recorre, no se mezcla.
Sangre de un sacrificio del que no nazco ni muero.
Suspendida, carcomida por líquidos todavía innombrados.

Agua que no es.


El agua o el libro

Escribir sobre las postales es escribir sobre una desesperación.

Mi deseo es muy antiguo.
Viene de cuando me indignaban los caudales.
También de mis recientes horas de enferma.

La escritura reordena el cuerpo,
lo corrige, lo borra.

Las postales padecerán mis dolores.
Los que tendré cuando me saquen de mí.
Se acostumbrarán a su nueva infertilidad.
Pero dirán. Por fin dirán.
En ellas remendaré una amatoria sin fugas.
Dedicada al inicio, al devenir de las preguntas.

Habrá un libro. El anhelado.
El de las postales y los artilugios de la claridad.
El que mienta sobre las razones que lo limitan.
Libro último, tan mío y tan de otros. Negro.

Vuelve.
¿El libro?
Su silencio.
¿El libro de las postales?
Nunca el mismo.
El desleído, el incauto, aún no merecedor.



El lugar primigenio

Olvidé que provengo del agua. De un lago. Orilla putrefacta.
Hablé de París, Brujas, Ámsterdam, Praga.
Dije de una contradicción. Por perverso olvido.

No digo Maracaibo.
No sabría decir Maracaibo.
Pese a tanta agua.
Donde no fui.

Recuerdos hay. Historias hay. La ciudad persiste. De cuando en cuando vuelvo al lago, camino sobre él, lo interrogo desde una terraza.
Pero triunfa un desconocimiento, cierta conmoción.

Los poetas hablan de sus comarcas natales.
No yo.
Los poetas se fracturan el cuello al rebosar la infancia.
No yo.
Los poetas añoran una calamidad.
No yo.

Miedo, se dirá.
Ausencia de deseo, acotaré.

domingo

DÍA DEL PERDON (2011)


El que no ayune ese día
será exterminado de entre su pueblo
Levítico 23;29

Amar a los demás es tan vasto
que incluye incluso perdón para mí misma,
con lo que sobra.
Clarice Lispector

(Víspera de Yom Kipur)

Lloverá como no debe llover a esta hora,

cuando tantos caminan de regreso a casa.

Es la solemne víspera de Yom Kipur,
Día del perdón,
de hundir el desarraigo, la amargura.

¿Castigo?
¿Uno más?

Pienso en ortodoxos
deslizándose por avenidas empozadas.
Ellos y sus bellas esposas.
Ellos y sus docenas de niños
con rizos sobre las orejas,
sin pestañear,
entre los barrotes del chubasco.

Pienso también
en quienes van al templo en automóvil.
Limpiarán lo empañado
con enojo y vestidos de estreno.

Siempre se estrena en Yom Kipur.
Para que nadie hable.
Para que hablen bien.
Para que Dios no se acerque demasiado.


(De inmediato)

También yo estrené alguna vez faldas de tafetán
y me contorsioné entre tías rezanderas.

Fui en mullida carroza
a rogar imposibles.

Padecí la brutal conmoción de los prejuicios.


(Después)

No debió llover.
No así.

Es como si el ayuno comenzara en la piel
y el agua estuviese curtida de culpas.


(Luego)

Hay una mujer encerrada en su habitación,
de espíritu agrio,
párpados pegados a la ventana.

Diestra en mirar lejos,
se esfuerza en ver hacia adentro
—la fecha obliga—.
Nunca halló el ser interior
del que hablan los manuales.

Soporta,
persigue un atajo que salve.
Rezará en una lengua que no sabe ni la abraza.
Irá hasta el asco y el dolor.
Todo, con tal de arrojarse lejos de sí.


(Más tarde)

Llueve aún.

Pienso en quienes
aceptan abismarse el pecho.
Pecadores ambidiestros,
se reconcilian con cierta fragilidad.


(Mientras)

Mis culpas son otras.
No me persiguen,
adosadas a la inclemencia
de otras lluvias,
otras plegarias,
otro destierro.

Quizá debas perdonarme, Señor.


(Yom Kipurm 7:00 am)

Un solazo inmóvil fisura el ánimo.

Muchos caminan hacia el templo.
Sus vísceras comienzan a entonar
una sobrecogedora humildad
que sólo hallará consuelo con la primera estrella.


(Luego, apenas desayuno)

Soy sacrílega,
de vano resbalar.

No ayuno,
no ruego,
no pongo en jaque mi esperanza,
me maquillo con arena.

Escribo mi nombre en un libro profano,
mi epitafio en efímeros paisajes de provincia.

Mi signo está al revés,
por eso tiemblo y desconozco las herencias
que me han sido propinadas para sobrevivir.


(A media mañana)

Debería orar junto a los demás.

Malgasto la siesta
poniéndome a tono con las pesadillas.

Parece que la ciudad
conociera la duermevela de Yom Kipur.
Los autos andan más lentos.
La gente se abstiene de atrocidades.

Un gimoteo
se cuece en el vaho de los muros.

¿Escucha Dios el fervor de nuestras ambiciones?
¿Sabe cuán obstinados somos?
¿Escucha el arrepentimiento
de quienes pasamos la tarde en una cama,
dosificando el desamparo?

Dios atiende mis súplicas.
Nunca me dejó sola.
Lo sé, porque tengo un hijo con ojos de albahaca,
porque respiro sin dificultad,
porque el hombre que amo besa mi frente a medianoche.


(1:00 pm)

He lavado mis dientes,
he bañado mi cuerpo con miel.

Hago lo prohibido.

Soy de ofrendas dichosas.


(1:35 pm)

De haber cumplido
con los sagrados preceptos de este día,
no estaría escribiendo.

Me retracto.
He huido tantas veces.

Ardua es la fidelidad a la memoria.

Quedan intemperies.
Alguna vez iré tras ellas.


(4:00 pm)

Nada que decir.
Las cuentas pendientes
las desabrigo en soledad.


(6:15 pm. Oscuro ya)

¿Será bueno y dulce mi año?
¿Habré despreciado un perdón?
¿Y si me hundo, me arrepiento?

Absuélveme, Dios,
por intransigir en la orilla.


(7:00 pm)

Ahora mismo apagaré la luz.
Intentaré un balance de mi alma.

En silencio me escucho.
En la osadía me desnombro.

Confieso que he padecido
alientos perversos.


(Casi al final)

No quedará tiempo,
habré fermentado.

Temo despertar
con una escafandra de alas rotas,
que un destino de islas me acaricie los hombros,
que un día pregunte por mí y sólo halle desacuerdos.


(Tarde. Otro año será)

Ato cabos,
veo que soy feliz.

¿Feliz?
—astuta palabra—.

No puedo quejarme, se ha dicho.
¿Y tú, Dios, te quejas de mí?